El director del Instituto de Terapia Gestalt de Filadelfia, de visita en la Argentina, desarrolló para Página/12 una teoría sobre los lazos psicosociales que sostienen la opresión y que fundan la discriminación.
Por Rubén Ríos“El mundo está construido en términos de la opresión”, sostiene el psicólogo estadounidense Philip Lichtenberg, codirector del Instituto de Terapia Gestalt de Filadelfia. Formado en la ola contracultural de los 60 en California, trabajó con Fritz Perls e Isadore From, fundadores de la corriente gestáltica y actualmente forma parte del consejo editor de The Gestalt Journal. Es autor del libro Undoing the clinch of oppression (“Deshaciendo el nudo de la opresión”). Visitó la Argentina para participar en el Coloquio de Gestalt en Buenos Aires, donde dirigió talleres sobre “Metodología de trabajo en situaciones de violencia y opresión” y “Dinámica social y psicológica del maltrato”.
–La psicoterapia gestáltica ya lleva cincuenta años de existencia –recuerda Lichtenberg–. Comenzó, en su faz más importante, en Nueva York, a partir de un grupo de intelectuales y gente de vanguardia: surgió como un movimiento radical a partir del psicoanálisis.
–¿Guarda todavía ese espíritu radical la corriente gestáltica?
–Sí y no. En todo caso, no tanto como yo desearía. Al igual que el psicoanálisis en los Estados Unidos, la gestalt fue tomada por las fuerzas conservadoras de la psicoterapia. Pero sigue estando social y políticamente interesada en las fuerzas de vanguardia que intentan renovar el campo de la psicoterapia. La gestalt tuvo mucho vigor en los años 60 y 70, cuando la corriente gestáltica era la tercera fuerza en psicología. Luego perdió algunas de sus raíces, aunque ahora las está recuperando.
–¿El criterio de salud de la psicoterapia gestáltica es el mismo que el del psicoanálisis convencional?
–En lo mejor del psicoanálisis y en lo mejor de la terapia gestalt no buscamos que el paciente simplemente se adapte a la sociedad, sino que se lo acompaña para que pueda vivir de un modo creativo en la comunidad y para que pueda, además, construir una mejor comunidad. La finalidad de la psicoterapia gestáltica es que la persona se sienta más capaz y más comprometida en crear resoluciones efectivas para los problemas de la vida.
–Pero sobre todo, ¿en qué difiere la psicoterapia gestalt del psicoanálisis?
–Sobre todo difiere en dónde pone el foco de la experiencia y en la toma de conciencia. En gestalt se sostiene más el uso de las energías creativas. Mientras dura la terapia, movilizamos al paciente a trabajar creativamente con nosotros, del mismo modo que lo estimulamos a trabajar creativamente con los problemas con los que se enfrenta fuera de la psicoterapia.
–¿Creativamente en qué sentido?
–En cuanto a experimentar y vivenciar, probar diversos recursos para solucionar los problemas. La psicoterapia gestáltica no es sólo verbal. La experiencia es muy importante en esta terapéutica. Es ahí donde el paciente pude darse cuenta de lo que le pasa y resolverlo creativamente desde distintas facetas. El objetivo de la terapia gestalt no es tanto entender como experimentar de nuevos modos.
–¿De allí, de este interés en ampliar los modos de la experiencia, proviene su acercamiento al problema de la discriminación?
–Sin duda. He escrito un libro sobre este tema que se llama Comunidad y confluencia: Deshaciendo el nudo de la opresión. Porque la discriminación es una forma de opresión. Al mismo tiempo, constituye un modo de cohesionar un grupo de personas a partir de suponer que hay un enemigo afuera de este grupo. Hay comunidades que se cohesionan de este modo. También hay individuos que discriminan a los homosexuales o a los negros, los mismos que a veces construyen sus círculos o comunidades con la misma lógica discriminatoria.
–¿Podríamos hablar de una personalidad modelada por esta lógica discriminatoria, en la medida en que generalmente las formas de discriminación suelen superponerse?
–Cincuenta años atrás, durante los estudios de la personalidad autoritaria, era muy claro que estos odios de las discriminaciones llevan el uno al otro, unos traen el otro. Los blancos que odian a los negros también odian a los judíos. En aquellos años también podíamos ver, en esos estudios, que aquel que odiaba a los comunistas también odiaba a los homosexuales. La base para esto es una dinámica psicológica y psicosocial actuando en personas que han sido obligadas a incorporar o introyectar la autoridad; a fusionarse con la autoridad sin haber podido definirse a sí mismos como personas. De este modo, no es raro que se identifiquen con el agresor y que idealicen el grupo en el que se encuentran. Y no toleran las diferencias en el grupo de pertenencia. Además, como no pueden diferenciarse dentro de este grupo, necesitan crear una diferencia con los que están afuera. Esto es válido para la persona que no puede sostener sus propios sentimientos, y para los grupos que no toleran o no quieren emociones intensas en su interior.
–El que discrimina, en cuanto opresor, ¿es primero un oprimido?
–Así como algunas personas que fueron abusadas se vuelven abusadores, las personas que han sido oprimidas por la autoridad se vuelven a su vez opresores.
–¿Y por dónde se cortaría ese círculo vicioso?
–Construyendo comunidades que ayuden a las personas a reconocer sus experiencias de emoción intensa a través de un espacio de sostén. De modo que se encuentren a sí mismos y encuentren al otro. La opresión es un intento tanto de definirse a sí mismo, de diferenciarse uno mismo, y a la vez de fusionarse con el otro. Para salir de la opresión y la discriminación hay que realizar un juego dialéctico de definición de sí mismo y de unión con el otro, para comunicarse profundamente con él, sosteniendo las afecciones intensas de uno y del otro.
–¿La violencia en las relaciones es como un sucedáneo de estos vínculos intensos y profundos?
–La violencia es un esfuerzo por definirse a sí mismo, diferenciarse de otros, y a la vez le solicita al otro que se vuelva uno con nosotros, que se fusione. La violencia de la autoridad obedece a la misma lógica, puesto que representa un intento de hacer que las personas se confundan unas con otras. Cuando los miembros de la comunidad no pueden sostener sus diferencias, los gobiernos autoritarios actúan para que las personas se fusionen sobre ese fondo de pérdida de la identidad. En un gobierno autoritario se procura suprimir las diferencias entre las personas, se procura masificar, y se penalizan los surgimientos individuales.
–¿Se trataría de que la intensidad de las relaciones violentas neutralice las otras?
–Es una relación de intensidad, en efecto, donde el opresor no puede quedarse con sus propios sentimientos. Se ve obligado a ejercer atracción sobre el oprimido y comprometerlo a que sea como él. La persona oprimida trata, como puede, de adecuarse al problema. Y lo que le surge es identificarse con el opresor, agrediéndose de esta manera a sí misma. Introyecta esta autoridad, entonces ese oprimido se vuelve un opresor.
–¿También las mujeres maltratadas, golpeadas u oprimidas en cualquier sentido?
–Cuando ellas llegan a un posición de poder, pueden volverse también opresoras. No hay duda. Pueden oprimir a sus hijos o a otras personas. Y muchas veces ocurre que una mujer golpeada aprende cómo dominar al marido, es decir, se vuelve una opresora cuando puede. El mundo está construido en términos de relaciones opresivas. Como en ciertas obras literarias, se trata de una cadena de opresores y oprimidos donde el que está más arriba oprime al que está más abajo, hasta llegar al último peldaño. De este modo el oprimido también oprime. Se trata de opresores-oprimidos.
–La cuestión estaría en el primer eslabón de esa cadena hipotética. Por decir así, en el Primer Opresor. Pero ¿esto es localizable?
–Sí y no. Se puede ver el comienzo de esto en el sistema social extenso. En Estados Unidos, por ejemplo, la pena de muerte es un maltrato muy grande, una gran amenaza sobre los individuos. También lo ubicamos en la familia, en relación con el niño con respecto a la educación como lo vio Paulo Freire en Pedagogía del oprimido. Lo encontramos en las versiones fundamentalistas de las religiones que exigen una lealtad extrema a las personas.
–¿Pero no hay en las sociedades contemporáneas nuevas formas de discriminación?
–Por cierto. Se trata de un fenómeno general. Esto sucede porque no hay permiso de reunión de las personas desde sus diferencias, de manera que sea posible la construcción de relaciones intensas y profundas desde el reconocimiento y el sostén de las diferencias. Este es el principio de la democracia. Y creo que la psicoterapia gestalt adhiere a este principio.
jueves, febrero 22, 2007
El nudo oculto de la discriminación, Philip Lichtenberg
Entrevista al director del Instituto de Terapia Gestalt de Filadelfia uno de los invitados al X Congreso Mundial de Gestalt y III Latino en el periodico argentino Página12
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