lunes, junio 16, 2008

¿Se puede hacer de la enfermedad un arma ?

Extraido de periódico Diagonal:

¿Se puede hacer de la enfermedad un arma ?

En una primera aproximación, sociedad terapéutica significa sociedad de la ‘medicamentalización’ generalizada. Los niños que antes eran revoltosos hoy son llamados hiperactivos, y se tratan farmacológicamente. La tristeza que la vida a veces comporta se encara como antesala de la depresión, o se califica directamente de depresión, y como tal es tratada. Son sólo algunos ejemplos. Podríamos seguir mostrando cómo la industria farmacéutica está ‘inventando’ enfermedades cuyo tratamiento ya tiene a punto y nos ofrece en bandeja. Todo esto es verdad, pero aún insuficiente. En la sociedad terapéutica es el mismo poder el que se hace poder terapéutico, y por ello es la propia vida la que cambia de estatuto. En la actualidad, la política consiste en gestionar la vida, y lo que alimenta el capital no es ya el fruto de mi trabajo, sino mi propia vida. Y es esta misma vida gestionada, puesta a trabajar, la que se convierte en invivible.

Poder terapéutico

Nuestro malestar, el que nos une y del que hablábamos al comienzo, nace de la imposibilidad de ser dueños de nuestra propia vida, de la imposibilidad de expresar una resistencia común y liberadora contra esta permanente movilización. Por eso el poder tiene que convertirse en poder terapéutico, y la política en gestión (productiva) de ese malestar. La política, en definitiva, se aproxima a la terapia ya que su función consiste en mantenernos con el mínimo de vida, en capitalizar nuestra vulnerabilidad. En esta sociedad estamos condenados a ser tan sólo una vida sostenible al borde de la crisis. Es decir, el poder terapéutico tiene como objetivo principal imponer la persistencia del ser precario que es el único ser que podemos ser. El ser precario tiene que persistir porque comporta un tipo de vulnerabilidad que produce el máximo de beneficios para el capital. La precariedad no es por tanto meramente laboral. La precariedad configura nuestro ser y transforma el hecho mismo de vivir.

Vivir, entonces, ya no será simplemente vivir. Vivir será tener una vida. Y el que tiene una vida debe cargar con ella, cuidarla, mejorarla, hacerla productiva. En definitiva, vivir es trabajar la propia vida como el que intenta optimizar su currículo para no caer fuera de la movilización, para no ser excluido. El poder terapéutico, en conclusión, nos concede (tener) una vida. De esta manera, no es en absoluto exagerado afirmar que la vida se convierte en nuestra cárcel. Efectivamente, si antes el poder dominaba en la medida que nos imponía la obligación del trabajo, hoy el poder terapéutico domina en la medida que nos impone la obligación de tener una vida. La vida ciertamente constituye nuestra cárcel.

Pero la vida es, asimismo, el campo de batalla. Nosotros podemos negarnos a tener una vida. Podemos hacer estallar nuestra vida, podemos convertir nuestra vida en un acto de sabotaje. Podemos intentar hacer de nuestro querer vivir un desafío. Los encuentros de Espai en Blanc con los que empezábamos son la prueba de que, por unos momentos, es posible avanzar hacia un nosotros que se autoconvoca. En este nosotros ya no tenemos una vida : somos una vida. Entonces mi malestar deja de ser algo privado y empieza a politizarse. Porque éste es el objetivo : ¿cómo darle una salida creativa, crítica, subversiva… (cada uno debe poner aquí el adjetivo que quiera) a nuestro malestar ?

Santiago López Petit, es uno de los coordinadores de la revista Espai en Blanc.


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