viernes, septiembre 07, 2007

Psicólogos por la memoria histórica

Publicado en el periódico DIAGONAL

http://www.diagonalperiodico.net/article4497.html


Rubén García Casado , del Grupo de Psicología y Memoria.

La violencia política iniciada con el alzamiento militar de 1936 y prolongada durante años después de la guerra, causó la desaparición de miles de personas que fueron asesinadas y abandonadas en fosas comunes por toda la geografía española. Más de 70 años después, el equipo de Psicología y Memoria presta apoyo psicosocial de forma voluntaria a los familiares en las exhumaciones, donde los duelos que no permitieron elaborar, transferidos de generación en generación, ven la luz. Lejos de reabrir heridas, este trabajo resulta imprescindible para sanar el daño social acontecido.

Si bien en el Estado español resulta novedosa la iniciativa de organizar el acompañamiento psicosocial a los familiares en exhumaciones por razones de violencia política, no es así en otros países, como Guatemala, Chile o Sudáfrica, de donde el equipo de psicólogos del Grupo de Psicología y Memoria sacó la idea y el marco teórico para empezar a trabajar. En Guatemala, por ejemplo, no tardaron ni 20 años en comenzar a abrir fosas después del genocidio acontecido entre 1982 y 1983. Ningún país de los estudiados por este equipo ha tardado tanto en comenzar un proceso de exhumaciones de víctimas de represión política como España.

Desde el año 2006, este equipo ha participado en diferentes excavaciones desarrolladas en Cáceres, Galicia, Toledo, León y Burgos, donde han practicado la última exhumación, a finales de agosto, en La Andaya. El objetivo de estos psicólogos, organizados en torno a Psicólogos sin Fronteras de Madrid y coordinados con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, el equipo de antropólogos Fundación Aranzadi, y, recientemente, con la Federación de Foros por la Memoria, es el de lograr que estos procesos sean espacios para la reparación. Puesto que el silencio ha sido desgraciadamente muy habitual desde la represión franquista, muchas familias han tenido que ocultar sus duelos y sus tristezas. Los psicólogos de Psicología y Memoria entienden esas palabras que nunca antes se pudieron decir como un instrumento socializador que facilita el afrontamiento de hechos dolorosos.

Los daños sociales planificados derivados de la guerra y la represión posterior crearon una división sobre la que se eliminó, humilló y sometió a buena parte de la sociedad. Después de más de 70 años, aunque silenciados, estos daños aún no se han reparado.

Los procesos de exhumaciones conforman un periodo largo de tiempo que comienza antes de la excavación de los restos óseos, y se prolonga un tiempo después. Los familiares encuentran muchas resistencias y dificultades a la hora de poder realizar su deseo de recuperar parte de la verdad que les fue robada por la historia. Su derecho a saber dónde están sus familiares y conocer qué pasó.

El primer problema en el Estado español es que los familiares no tienen ningún teléfono o ‘ventanilla’ a la que acudir si quieren recuperar los restos de un familiar. Por este motivo suelen recurrir a las asociaciones o visitar alguna otra exhumación en busca de información. Otra dificultad es que el Estado no sufraga ningún gasto, por lo que, aunque el equipo de técnicos (arqueólogos, antropólogos, psicólogos, etc.) trabaja voluntariamente, la familia suele correr con los gastos de la comida y el alojamiento de todo el equipo.

La visión de los familiares, por otra parte, difiere mucho de lo que se cuenta desde algunos sectores ajenos a estos procesos. Con frecuencia, se utilizan argumentos psicológicos para tratar de evitar el desarrollo de procesos de recuperación de la memoria histórica, señalando por ejemplo, que se reabren heridas. Y lo que mueve a los familiares son motivos de dignidad y de verdad, de recuperar a sus seres queridos para ubicarlos en lugares de recuerdo, como hacemos todos con nuestros familiares. No les mueve la venganza, ni el rencor.

Exteriorizar emociones

Estos procesos favorecen la exteriorización de las emociones, algo que en muchas ocasiones no había sucedido hasta entonces. Contribuyen a que los sentimientos de deuda que tienen los familiares con su propia historia desaparezcan, y con ellos los nudos en el estómago cada vez que pasan por una curva o una zona del monte donde se cuenta que ahí yace un familiar. Generan espacios para recuperar historias de vida enterradas con nocturnidad en cunetas. Estos trabajos bien realizados cumplen una reparación necesaria para los que sufrieron la represión y han vivido tantos años en el silencio y la falta de reconocimiento social.

Lejos de reabrir heridas, de dividir a la sociedad, estos procesos, aunque dolorosos por todo lo que representan, son necesarios para sanar el daño social acontecido. Iniciado en el año 2000, cuando un nieto exhumó a su abuelo desaparecido, este proceso de recuperación de la memoria constituye una oportunidad que ha desencadenado un movimiento social que ha ido aumentado su actividad y se ha incrementado sin cesar desde entonces. Es éste un compromiso y una obligación presente en las convenciones internacionales de derechos humanos, que debe adquirir la sociedad en su conjunto, comenzando por las instituciones públicas, e independientemente de las ideologías. Negar el derecho a la recuperación de la memoria es negarse a la conciliación social. Los discursos de divisionismos y enfrentamientos, de vuelta al pasado, no están basados en la realidad, son politizados y hablan poco y mal de derechos humanos y de la salud social de un país.

En tiempos de Franco, algunos eminentes psiquiatras como el coronel Antonio Vallejo-Nájera legitimaron el holocausto español con textos como Eugénesis de la raza hispana o las investigaciones con presos para erradicar la patología republicana, doblemente perversa, a su juicio, si se hablaba de una mujer. Más de 70 años después, aunque tarde, es tiempo de que la psicología se ponga al servicio de los familiares y la sociedad.

LOS FAMILIARES EMPIEZAN A HABLAR

Luis, un familiar con el que trabajamos recientemente, señaló que el día que exhumó a su padre desaparecido fue el más feliz de su vida. Con 80 años, su objetivo era enterrarlo junto a su madre en el cementerio. José María indicaba a su vez que desenterrar a un familiar de una cuneta y enterrarlo con los suyos había sido “lo mejor que podía haber hecho por su familia”. Cuesta entender cómo se puede estar en contra de este derecho.

Hay familias que tienen el nombre del desaparecido en la sepultura, junto al de sus seres queridos, y aún permanece vacía, a la espera. Y son muchos los que, con edades avanzadas, desean hacer esto antes de morir.

En nuestro aún breve recorrido encontramos una característica común en los pueblos: el silencio y el miedo. Silencio que se refleja cuando te cuentan su historia en voz baja, cuando se meten en casa y cierran las puertas, bajan las persianas para que sus palabras no salgan de allí, se queden entre sus cuatro paredes. Miedo cuando para localizar una fosa común esperan la oscuridad de la noche para que nadie pueda verles, o lo hacen parapetados en un coche desde la distancia, sin salir.

“Dicen que quien pasa una infancia triste tiene una vida triste”, comenta Vicenta, de 77 años, que ha tenido a su padre desaparecido 70 años, hasta este verano. “No sé lo que es reírme así, abiertamente”, asegura. Nunca es tarde para intentar devolverle a esta mujer el derecho a la risa. Para los que tienen una foto familiar de la infancia con miradas llenas de tristeza, y esperan guardarla en un cajón cuando recuperen a su familiar y su parte de historia que les fue arrebatada.

Para muchos la exhumación supone hablar por primera vez de temas jamás tratados con su familia. Durante los días de la excavación de los restos de su abuelo, Dámaso comenta: “He pasado la noche hablando con mi padre. Antes nunca hablaba de esto, y apenas de nada, y ahora lo hace”.

Los procesos de exhumaciones, promovidos en su mayoría por la tercera generación, nietos de desaparecidos, son un derecho que favorece y ayuda a los familiares. Su motivación principal es la de dar un entierro digno al pariente desaparecido, hablar de lo que ocurrió a sus seres queridos, socializar la verdad de hechos que antes habían tenido que ocultar. Una oportunidad para transformar el susurro de tantos años en una voz colectiva.

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