martes, julio 24, 2007

Graciela Cohen y el Vinculo con la secta de Osho

O como utilizar el legado gestalt para traficar con dinero y conciencias (y hasta armas y veneno)

“Mi vínculo con Osho lo guardo en mi corazón”

Entrevista a la Psicóloga Graciela Cohen, la única editora actual de los discursos de Osho

Directora del Centro Gestáltico de Estudio y Meditación “Luz de Luna”. Terapeuta gestáltica formada por Adriana Schnake, desarrolla su acción terapéutica dentro del campo de la “familia gestáltica” junto a sus hermanos mayores Claudio Naranjo y Joseph Zinker. Bert Hellinger, es su maestro en la investigación acerca de los movimientos del alma y la Órdenes del Amor. Discípula de Osho. Editora.Miembro de la Comisión Científica de la Asociación Gestáltica de Buenos Aires

¿Cómo surgió su trabajo con Osho?

Empecé a meditar con las meditaciones de Osho en el año 1979 cuando comenzamos a hacer los seminarios informativos en Gestalt con la doctora Adriana Schnake que era chilena refugiada en la Argentina. Ella fue directora de un centro de salud en Chile que fue intervenido. Entonces se quedó sin trabajo.
Luego fue invitada por psicoanalistas de Buenos Aires del grupo Plataforma. Entre otros conformado por Tato Pavlosky y Victoria Grimson. En esa época, era un grupo semi clandestino y fue convocada para desarrollar su visión de la inexplorada terapia gestáltica. No había textos traducidos, pero existía un movimiento de apertura a la comprensión de que la visión psicoanalítica podía salir de lo estrictamente individual y del diván. Además se podían implementar estas visiones dentro de las terapias grupales y que había psicoanalistas como Fritz Perls que incluían otra manera de entender el desarrollo de las comprensiones básicas del inconsciente. El psicoanalista Fritz Perls fue el descubridor de la Gestalt y difundió el enfoque gestáltico.
Schnake en Chile era la única persona que estaba ejerciendo esa perspectiva en Latinoamérica. Estos psicoanalistas la invitaron a la Argentina para hacer los primeros grupos para desarrollar el enfoque gestaltico en el país.

¿Cómo aplicaban las nuevas teorías?

Empezamos a trabajar con Adriana Schnake en esas experiencias intensivas. Estos se llamaban laboratorios que duraban tres días de estar en convivencia trabajando con las situaciones inconclusas de la vida personal, vínculos y sueños. Esto comenzó en 1974, yo formé parte en 1978. En ese contexto, ya estábamos en plena dictadura militar, nos mandaron de Francia un casete con un trabajo que llamaban “meditaciones dinámicas”.
Casi todas las personas que participaban de esos grupos de alguna manera habíamos tenido como experiencia personales con la comprensión terapéutica acerca del inconsciente trabajado con los libros de Castaneda, con sustancias psicotrópicas y con maestros espirituales.
Paulatinamente, se desarrollaba lo que podía denominarse el acercamiento de lo que era las corrientes occidentales con el pensamiento oriental. Las visiones colectivas patrocinadas por Jung con la visión del desarrollo individual. En ese contexto aparecieron esas meditaciones dinámicas que juntaba el enfoque occidental con el oriental. Las meditaciones de Osho incluyen el desarrollo de la vivencia de la energía en el trabajo.

¿Qué sucedía con la visión oriental en otras partes del mundo en esa época?

Los profesionales de distintos centros, fundamentalmente de Estados Unidos, que se ocupaban de potencial del desarrollo humano ya lo habían ido a visitar a Osho a la India. Los psicólogos trabajaron con Osho en un enriquecimiento mutuo. Osho aprendió de ellos como era la comprensión que se tenía en estos centros del desarrollo de las personas. Incluía esta información con el increíble conocimiento que tenía sobre la posibilidad de que el ser humano pudiese navegar y profundizar en su propia conciencia. Esto se lograba a través de la meditación en la India y de lo que él llamaba la “religiosidad de las religiones.”

¿De qué manera se lograba esto?

Él había podido extraer o captar de lo que aún permanecía vivo de las estructuras dogmáticas religiosas, del cristianismo, judaísmo y del Islam. A través de la contemplación, de la búsqueda del silencio, la manera de poder desapegarse de los pensamientos erróneos que dificultan el aprendizaje de las visiones orientales y la enseñanza de las religiones fuera del dogmatismo.
Él era profesor de filosofía entonces conocía mucho del pensamiento occidental. Entonces había logrado la unión de los filósofos Sócrates, Heidegger, Nieztche con la meditación hindú y la “religiosidad de las religiones.” Esto último se relaciona con la capacidad del ser humano de orar y volcar su corazón.

¿Cómo integraron esta práctica en su trabajo?

Con estos elementos diseñó sus meditaciones dinámicas para los occidentales. A nosotros nos llegaron por el año 79 estos casetes que contenían música especial. Muchos músicos famosos de ese período, como Quitaro eran discípulos de él. Osho se había internado con estos músicos para diseñar música especial para estas meditaciones. Nos llegó un casete con la meditación dinámica y con la kundalini del lado b. Comenzamos a trabajar con esas practicas, en el contexto de estos grupos de terapeutas. De esta forma empezamos a conocer un trabajo de integración con el pensamiento oriental.

¿Cuándo estableciste un contacto directo con Osho?

No, no es así. No le podías tocar el timbre para preguntarle lo que sabía o escribirle una carta. En los grupos utilizábamos esas meditaciones para aprender a relajarnos, como un aprendizaje ingenuo y amoroso.


¿Por qué muchos denominan al enfoque gestaltico, el aquí y ahora?

Es un modo de tener una visión de lo que estas viviendo, de ahí a que sea un acercamiento a lo que estas viviendo hay mucho trabajo posterior. El modo de enfoque a lo que estas viviendo lo llamamos un aprendizaje en el enfoque gestaltico. Lo que estas viviendo siempre esta ocurriendo en el presente. El presente puede estar teñido de lo que ya viviste, es bastante probable que tu vivencia del presente sea muy subjetiva. Decimos que las sombras de lo que no se resolvió o quedo inconcluso esta presente en la luz del momento actual.
La terapia gestáltica esta mal denominada del aquí y ahora. Es un error que se fue transmitiendo silvestre. El aquí y ahora es una figura poética, no existe.

¿Para qué sirve la meditación?

La meditación ayuda a que este espacio y tiempo que estas atravesando sea vivido por vos. O sea que puedas entrar en este momento en este momento y espacio. Es una herramienta mediante que utilizamos en mi centro.

¿Cómo se estableció el primer contacto con Osho?

En el año 1981 una paciente adinerado que estaba muy agradecida por lo que habíamos hecho por él, nos invitó a Adriana y a mi a viajar con él y su novia a la India. Era una paciente muy difícil entonces nos preguntamos con Adriana que hacer con este hombre. Entonces, Adriana tuvo una idea genial, mandarlo a conocer a Osho. Si él no podía ayudarlo a este hombre quien iba a poder, pensamos. El hombre nos hizo caso, sin saber quien era Osho ni conocer la India se fue. Cuando llegó a la India a la comuna de Osho y sus discípulos en Bombay.


¿Cómo llegaste a ser su discípula?

Schnake me abrió sus brazos con amor, así pude re-unirme y sus seminarios de formación gestáltica fueron la tierra donde formamos a lo largo de ya mas de un montón de años, una nueva familia, la de los terapeutas gestálticos. Allí crecimos, aprendimos y reconocimos, fortaleciendo nuestros dones singulares. Mi vinculo con Osho me abrió el corazón, me transformó y cambió la mentalidad. Viaje a la India a su comuna tras la experiencia de mi paciente. Cuando Osho falleció dejó en su tumba el misterio que visitó el planeta desde 1931 hasta 1990. Soy la única editora actual de sus discursos completos en castellano y fui su discípula.

entraido de "Periodismo translucido Argentino"
Como editora sigue enriqueciendo a esta empresa que recibe dinero a expuertas por la republicación de los supuestos libros que escribió el "fuhrer iluminado" del osho vivo e incluso muerto, ademas e restaurantes y casas de masajes. Especializada ahora en conciencia adinerada

Un poco más de info en este blog:

http://gestaltsu.blogspot.com/search?q=osho


seguiremos informando....

Actualización 7 de agosto:

extraído de :
http://www.konvergencias.net/uncaminoreal.htm

Los siguientes párrafos pertenecen al primer capítulo de Un Camino Real, de Graciela Cohen, terapeuta gestáltica formada por Adriana Schnake, quien desarrolla su tarea junto a Claudio Naranjo y Joseph Zinker. También trabaja con su maestro de investigación Bert Hellinger. Se declara discípula de Osho. Dirige el Centro Gestáltico de Estudio y Meditación Luz de Luna. En estos párrafos podemos encontrar sus relatos de tareas iniciales (¿iniciáticas?) en el Hospital Neuropsiquiátrico Borda de Buenos Aires, referencias a sus estudios con Adriana Schnake y su desarrollo dentro de la epistemología gestáltica, como asimismo su apoyo en Osho y filosofías zen.

LA TERAPIA

En los años 70, un anhelo de entender al hombre más allá de las comprensiones objetivas que habíamos alcanzado, llevó a algunos terapeutas a viajar por India, Japón y China.


Y así como estadounidenses y europeos iban a Oriente para nutrirse con otro punto de vista, los latinoamericanos empezamos por selvas, desiertos y montañas en Amazonia, Atacama y los Andes.

En esos años; no entendía de qué se trataba ser una ciudadana del planeta Tierra y llevar adelante una vida con articulaciones sociales. Había «algo» que no podía relacionar.

Mi punto de encaje encontraba maneras tibiamente razonables de ser llevado; el estado de des-encaje era una aventura que me resultaba más interesante investigar y eso se llamaba, según entendía, «estudiar psicología», fue así que comencé mis estudios.

Desde el principio tuve la bendición de encontrarme con profesores que no tenían el prejuicio de considerar el estudio de los enfoques de Watson o de Freud, como la única psicología posible en la formación universitaria. Desde el comienzo me parecía extraña la exclusión en los ámbitos académicos, de vidas como la de Artaud con «La carta a la vidente», donde desafiaba con una pasión inigualable la institucionalidad de la cura, o la correspondencia de Van Gogh a su hermano, algún texto de Nietzsche, con quien podemos entender la locura del mundo y su plasmación en nuestro espíritu, o «algún» comentario sobre la existencia de los gabinetes de exploración de la conciencia que en ese mismo momento funcionaban en Chile o México y donde se investigaban otras «realidades», que también componen el movimiento del alma.

Me parecía difícil entender que la psicología fuera solamente el estudio de lo que nos mostraban esos caballeros de levita y mujeres de miriñaque que veíamos en las fotos, gente que hablaba de falos y vaginas como quien agarra un durazno caído, lo mira a distancia, tapándose la nariz y estudia las distintas forma s de la «machucación». Siempre entendí, guiada por los antiguos, que la psicología era el estudio del alma; esta esencia podía encontrarla en los hechos de sus vidas y en la lectura de su correspondencia más que en sus teorías.

Aún admiro y me impresiono con el brillo de esas mentes y la capacidad de observación de esas personas. De todos modos no me resignaba a entender la desesperación como ansiedad por deseos reprimidos, o un malestar horrible que hay que aguantar como quien está abajo del agua y hace fuerza p ara contener la respiración.

Era con algunos poetas, filósofos o místicos con los que podía encontrarme más cerca. Empecé a ver que todos ellos tenían algo en común: desafiaban la cultura de la que partían e iban más allá de ella y por diferentes vías llegaban a una actitud donde el centro era el silencio.


Moviéndome a ciegas, me sorprendió como un fogonazo la obra de Ronald Laing. A partir de ese momento se transformó en un impecable guerrero de luz que me guiaría a ver en mi existencia el efecto esquizofrenizante de la incidencia del mecanismo del mundo. Desarticulaba esta «máquina» a partir de su comprensión de cómo se nos imponen los introyectos sociales en nuestro ser, a través de voces familiares y así nos alejan, inhiben, distorsionan, tuercen y separan de la experiencia espontánea de vivir. El nos mostraba como las fantasías nos enredan en una gran cantidad de complicaciones, alejándonos, por su falsedad, de la vivencia directa de existir.

De ese modo empecé a reconocer el anhelo de buscar mi propia ruta y así me encontré amigos y hermanos mayores que me ayudaron a saber como cada uno de nosotros puede desarrollar en su interior la capacidad de abrirse camino a través de la oscuridad.

Fue precisamente con esa actitud de búsqueda que me encontró por primera vez la obra de Fritz Perls, «Dentro y fuera del tarro de la basura» y «Sueños y existencia». Llegue a estos libros gracias a Alfredo Moffat, quien lideraba la comunidad terapéutica Carlos Gardel. Tuve el regalo de participar en esa "cura virtuosa", como miembro del equipo de base, durante los años que existió.

UNA CURA VIRTUOSA

La comunidad terapéutica Carlos Gardel fue mi primer espacio «virtual consciente».

Entrábamos al manicomio (así llamábamos al Neuropsiquiátrico Borda, de acuerdo con la semántica de «los compañeros de adentro») en un momento sociopolítico donde volvía a hablarse de democracia, eran los años 70.

Nosotros, el «grupo de afuera», armábamos y desarmábamos un espacio diferenciado bajo un gran árbol rodeado por una construcción circular de cemento a la que bautizamos como La Placita.

Al principio fue "una experiencia de campo"de alumnos de la escuela de Psicología social avalados por el psicoanalista Enrique Pichón Rivière y luego se transformó en un «experimento» único, donde convergían psicólogos y alumnos , actores, trabajadores corporales, locos sueltos, filósofos, ingenieros, químicos y periodistas que se sumaban a la diversidad psicosociocultural de los internados.

Lo que empezó siendo una actividad recreativa de rescate de las raíces enajenadas por la institución, se convirtió en una complicidad declarada que nos permitió desarrollar un método terapéutico específico, basado en tres pilares: el grupo de mateadas liderado por Basilio Benítez, el grupo de teatro Las Ánimas, al que yo pertenecía, y la cooperativa donde todos podíamos aprender nuevos oficios.

La consigna, «cada uno le enseña al otro lo que sabe», generaba hechos insólitos, como ver a Charly -un viejo inglés, iracundo y cascarrabias, internado hacía más de veinte años, aborrecido por todos y encargado de cuidar los cerebros en formol- preparando como un abuelito cariñoso a Paula, estudiante de psicología, para su examen universitario de inglés.

¡Qué decir del entrenamiento en sustancias tóxicas que tenían los compañeros internados y que minuciosamente nos transmitían!

Ningún tratado podría igualar la información que recibimos acerca de la compraventa, usos y efectos del alcohol, la cocaína y las anfetaminas. Aquellas fueron las mejores clases que tomé no sólo respecto de las drogas, sino de las razones existenciales de crímenes apasionados expresados en la desnudez de un corazón abierto, o las historias escondidas detrás de los hijos «locos», descastados por la vergüenza social o la especulación económica de familias de alta burguesía.

Gente atrapada en extraños nudos de historias familiares, que convivían con personas de provincias, que simplemente se habían vuelto «locas» cuando llegaron a la capital y vieron «todo junto y tan rápido».

En la Peña contábamos con el apoyo de terapeutas ya formados y nos contenían con su interés, como Tato Pavlovsky, Dicky Grimson o Marta Berlín, que unos años antes se habían unido para hacer un movimiento muy importante dentro del campo de la psicología; separarse de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina) para seguir sus propios desarrollos.

Sin embargo, no a todos los universitarios les resultaba fácil integrarse, algunos veían frustradas sus expectativas de una práctica hospitalaria tradicional y otros terminaban desilusionados cuando descubrían que era inútil darle algunas pautas a Francisco, el presidente de la Peña, alcohólico en estado de recuperación, hombre de espíritu puro y acción directa que tenía la peculiaridad de que si percibía que no le hablaban desde el alma, se ponía «loco». Decía que sólo el corazón muestra la verdad de las cosas. Lo máximo que logramos fue que controlara su furia si le disgustaba lo que escuchaba, y se retirara sin mucho barullo. No fue fácil lograrlo.

Recuerdo la primera vez que entré al manicomio: lo hice con la seguridad que me daba ser una estudiante universitaria, trabajadora de teatro y militante.

Ni bien atravesé el portón me vi interceptada por caras desencajadas, manos frágiles y voces subhumanas, pidiéndome de todo. Pidiéndome lo que sea. Enmudecí por dentro y por fuera.


Así llegué a La Placita, el mandala vivo que separaba «el ser de la nada».

La Placita-mandala marcaba un borde: fuera de ella sólo había mendicidad y desintegración; dentro de ella, un mundo confiable. Guirnaldas de colores, carteles con frases inspiradoras, música en un viejo tocadiscos, el fuego de la parrilla que empezaba a encenderse y ... ¡¿quién es quién? ¿quién estaba loco y quién cuerdo?!

Se me acerca un hombre mayor elegantísimo y me invita a bailar. Acepto con un gesto simple y un único cambio: el bolso que tengo cruzado en bandolera, me lo coloco de mochila.

Es un hombre alto y rubio, que tiene aproximadamente la edad de mi padre. Por el tacto descubro que lo que parece un traje es un pijama celeste, limpio y planchadísimo. Mientras que el pañuelo bordó en el bolsillo de arriba es sólo un decorado, no pasa lo mismo con sus ojos celestes, que me miran desde acá y desde allá alternativamente.

Se presenta: «Sanguinetti».

Pone su mano temblorosa en mi hombro en un gesto de suave contacto y apoyo, yo respondo con igual delicadeza abriendo la palma de la mano izquierda y rozando su espalda revestida en seda.

Me pregunta mientras bailamos:

-¿Tenés miedo?

-Sí -respondo, espontáneamente y con asombro.

Y él me dice: -Cerremos los dos los ojos a la vez, así te puedo poner dentro de mí y cuando estés allí, ya nadie te va a poder hacer más nada.

Así lo hicimos.

Sanguinetti era el hijo «raro» de una familia pudiente, estaba internado desde hacía una eternidad. Cada tanto, lo veía un juez distinto que confirmaba la locura declarada por sus parientes para justificar la administración de su herencia.


Era un caballero romántico con la fe quebrada, un hombre culto y elegante que escribía poesías y ahorraba palabras porque no podía hablar mucho: le daba vergüenza, no podía controlar la baba ni el temblor producido por la medicación excesiva. Fui testigo de sus lágrimas y de su impotencia por esta limitación.


Una hermandad subterránea nos envolvía; todos los que estábamos allí sólo queríamos estar allí. Pasamos navidades míticas, años nuevos mágicos, inolvidables cumpleaños...

Pertenecí al equipo base de los organizadores de la Peña, allí experimenté la posibilidad de encuentros humanos verdaderos bajo cualquier condición.


Estábamos diseñando un método de curación para este tiempo y nuestra gente, con el que todos nos curábamos de un mal común: la gran locura que nos envuelve, la locura de sentirnos solos y fuera de la vida, ese infinito desamor que arrasa con todo.

Sobre esa base crecí, y experimenté muchas dinámicas de grupos de trabajo, variaciones frente al poder, diferentes niveles evolutivos con relación a dar, distintas comprensiones acerca del trabajo de un líder, la dinámica de los opuestos y el freno de esa dinámica a través de la oposición, la diferencia entre un liderazgo llevado adelante desde las estrategias políticas, y un liderazgo llevado adelante por la fuerza de lo nuevo, que no puede detenerse para compaginar acciones que dejen a todos contentos

Éramos habitantes de un espacio impregnado de religiosidad: tal como lo indica la etimología de esta palabra, allí se producía la «reunión de lo disperso».

Los directivos del Neuropsiquiátrico se actualizaban al vaivén de las nuevas orientaciones en psicoterapia, y nos «permitían» montar la Peña cada vez que íbamos.

Los sábados, domingos, lunes, miércoles, martes y jueves, llegábamos como nómades, armábamos nuestro oasis y después lo desarmábamos hasta el próximo día

La experiencia de la Peña me nutrió para el compromiso que después asumí como terapeuta gestáltica. Y como dije antes, fue allí donde me encontré con Perls.

Compartíamos la lectura y puesta en práctica de las ideas de Fanon, Freire, Laing o Cooper (a este último, cada vez que venía a Buenos Aires, lo recibíamos como a alguien de la familia).

Un día Alfredo nos sorprendió con un cartel en el que aparecía una foto ampliada de Perls.

La había tomado d e la tapa del libro «Sueños y Existencia» publicado por Cuatro Vientos, la editorial que Pancho Huneeus y Nana acababan de tener la visión y generosidad de fundar para difundir en castellano el Enfoque Gestáltico.

Alfredo se subió a un banquito y colgando el cartel del árbol de la Peña anunció: «Les quiero presentar a un amigo nuevo, es un doctor y se llama Fritz Perls. Tiene un nombre medio raro porque es alemán, pero no se asusten ... es un alemán de los buenos, no le tiene miedo a la locura y sabe, como nosotros, que cada uno tiene la locura que Dios le dio. Todos somos un poco locos y él también. Es otro Pancho Sierra; pero cura por la palabra, no por el agua.

Es un gran médico que ya es profesor y para nosotros, un amigo. No hace falta que se acuerden del nombre completo porque es difícil. Con llamarlo Fritz va a estar bien; nos acompañará con esta foto, como un pariente que vive lejos y queremos».

Ese día recibí una foto de Perls como si fuera una estampita.


Y llegó el día en que se nos prohibió entrar al hospital, era inminente el comienzo de la dictadura.


Nunca más podría volver a cantar la canción con la que cerrábamos la experiencia de los sábados, en un clima de comunión animado por la voz tierna y graciosa del Abuelo de la Peña.

Aquella vieja tonada italiana permanece inalterable en mis oídos.


a la Rosina bella dove vai,

a la Rosina bella come stai


Después nos tomábamos de las manos y en una inmensa y extrañísima ronda cantábamos nuestro himno, el tango Mi Buenos Aires Querido, en un coro que despertaba el anhelo mayor de cada uno: todos cantábamos el deseo de que no hubiera «más penas ni olvidos».

Durante mucho tiempo no pude ni quise regresar al Borda. Pero allí se hacían las prácticas de psicopatología y no podía tener más faltas sin recursar la que sería mi última materia. Tuve que enfrentarlo y volver.

Era un viernes de invierno por la tarde cuando me vi frente a aquello que parecía una catacumba pestilente: atacada, en un anacrónico rito vacío, por los pobres diablos de la puerta, representantes de ese tríptico desquiciante de locura, miseria y pobreza.

Crucé como una sombra entre sus eternos pedidos: «Señorita, ¿me da un cigarrillo, un peso, un mate, un beso, conoce a mi hermanamm ... no se lo diga, la taza, quiero la taza, no tiene un cigarrillo, un cigggarrrrillllo ... un, un, un?»

Sentía que podía tocarme el alma que se sostenía por un pelo. Así llegué al pabellón donde estaban mis compañeros de estudio. Los veía a través del vidrio de la puerta, sentados clásicamente en círculo: el profesor explicaba mientras los alumnos observaban a alguien que estaba de espaldas a mí y era «el cuadro» a investigar.


Cuando entré al salón, el «caso» que estaba sentado en el centro se dio vuelta: era Carlitos, el oligofrénico de la Peña y escudero del Abuelo.

Aquella tarde, cuando me vio, dejó de ser un objeto de estudio asumido y se levantó como un resorte, corrió hacia mí, antes de llegar empezó a caminar más lento y levantó los brazos invitándome a bailar evocando esa memoria que todavía bailaba en nosotros.

Así lo hicimos: bailamos por código, bailamos por los locos, bailamos por los oligofrénicos y por los tarados, bailamos por todos, bailamos porque cada uno se ilumina como Dios quiere y bailamos porque no podíamos dejar de bailar, porque nos bailaba el alma cuando nos reconocimos y bailamos porque se nos dio la gana.

Durante unos minutos imposibles de relatar reímos y lloramos, mirándonos a los ojos y enviándonos simultáneos e-mail. Nos dimos un abrazo, saludé a todos y me fui.

Esa tarde marcó un antes y un después. Ahí fue que «la máquina» perdió supremacía en mí, el sistema no me controlaba: había bailado y reído con la inocencia en medio del desastre.

Nunca más volví.

UN NUEVO VUELO DEL ANTIGUO PÁJARO ERRANTE

Después de esa extraordinaria experiencia que fue la comunidad terapéutica Carlos Gardel, necesitaba un método de integración que me ayudara a re-unirme y recuperar la fuerza, fue en ese momento que retomé la lectura de las conferencias de Perls y allí lo encontré: un camino claro, dicho en un lenguaje familiar, libre y consistente.

Comencé a seguirle la pista a la manera de aquel momento: estudiando e investigando.

En ese momento descubrí al Fritz alemán, viviendo inmerso en un campo cultural formado por la influencia de Hegel, Kierkegaard, Nietzsche .

Comencé a preguntarme cómo siendo tan joven, había acumulado suficiente coraje para rechazar una cruz de honor que querían darle por su intervención como medico en la Primera Guerra Mundial. Ese gesto de autodeterminación me llevó a sospechar de su participación en una «corriente invisible» que lo sostenía.

Encontré una indicación que me conformó en una investigación publicada por mi amigo Miguel Grimberg, donde cita un libro de Stanley High, llamado «La revuelta de la juventud» de 1923, que dice: « En Alemania, la revuelta de la juventud esta señalando un camino que es una esperanza para el futuro y que los estadistas no pueden ver. Con una flamante contracultura que se alza contra el materialismo desalmado de la sociedad comercial, desde cada ciudad uno ve este vuelo acompañados por guitarras, guirnaldas de flores, festivales al aire libre que anuncian el regreso al espíritu de la naturaleza. Prevalece la camaradería y la libertad sexual. Nada tan detestado como una autoridad convencional; reina una creencia de que está amaneciendo la Edad Dorada de la humanidad: los participantes se manifiestan contra la política y fuerzas espirituales están en aumento». Este «paisaje humano» me resultaba familiar.

Seguí indagando, hasta descubrir que aquel movimiento ya se había manifestado a fines del 1800, con jóvenes del Berlín suburbano, que se retiraban al bosque para volver a encontrar el significado de sus vidas. De esta forma se fue gestando una cultura juvenil. Una vuelta de la fiesta de Dionisio.

En 1913, Gustav Wyneken -uno de los líderes del movimiento- había realizado una apasionada denuncia en contra de la guerra. El joven Perls estaba entre los muchos que habían ido a la guerra y que, después de la derrota, se inclinaron hacia la búsqueda de un poder fuera del mundo objetivo, ya se anticipaba el nazismo.

Así supe que en Alemania, era frecuente que se publicaran ediciones populares y completas dedicadas a temas taoístas o el Bhagavad Gita, el libro hindú más poderoso y antiguo que describe "el modo de ser de las cosas".

Seguí ahondando y supe que dentro de este proceso, de 1924 a 1929 había aparecido en Alemania el movimiento de los Wandervogel (los pájaros errantes), jóvenes que se congregaban en torno de experiencias emocionales, cantos, narraciones de aventuras y la confianza en que sus problemas personales podían superarse con el poder del amor y la amistad.

El autor predilecto era Hermann Hesse, en quien había influido hondamente el misticismo oriental, la crítica del romanticismo a la sociedad burguesa y el psicoanálisis.

Con estos datos, no me resultó difícil comprender cómo, muchos años después, Perls se sintió tan cómodo en la California de los años '70, cuando decidió empezar otra vez a una edad en la que otros hubieran preferido estar solos y descansar.

No lo movía ninguna pretensión académica sino el estar satisfecho con su destino. Como él mismo decía, haber encontrado «algo útil para que la gente pueda ser ella misma».


El Perls de la Gestalt nos mostraba un nuevo vuelo del antiguo pájaro errante que todos llevamos en el alma. ¡Qué alegría!

Así pude entender con más claridad sus relatos de visitas a monasterios Zen como si fuera a la casa de un vecino, o la sensación de renovación que se siente cuando nos cuenta su modo de dejar la práctica académica y vuelve a la experiencia de vivir como alguien que retoma algo que, en otro momento, comprometió una gran porción de su alma.

Para el campo de la psicoterapia, Perls estaba haciendo una ruptura epistemológica

«El neurótico no ve lo obvio, el neurótico no ve lo obvio», repetía una y otra vez.

¿Qué es lo que no ve el neurótico?: no ve que está en sus sueños autohipnóticos, en su diálogo interno, en su mundo especular y proyectivo que sólo le devuelve retazos de sí mismo.

¿Qué es lo obvio? La realidad aquí y ahora, la primera y única realidad.

Él decía: recuperen el sentido común, no sean tan serios escuchando «bostas de toros».

Le molestaban los argumentos y al escuchar hablar «acerca de» Dios, el conocimiento o lo que fuera, decía -como Osho- que todo eso era barullo mental, contribuía al gibberish y consideraba como Heidegger, que era «pura habladuría».


Esto lo había llevado a hacer una jerarquía de «bostas»: fue su modo de bautizar los argumentos interpretativos.

Y la verdad es que cuando uno escucha un disparate, ¿qué se puede hacer? discutirlo, analizarlo, «fijarlo», o reaccionar de un modo más espontáneo: desinteresarse, reírse ...

Eso es lo que hacen los sufis y algunos maestros budistas, y ese era el modo en que Perls rompía con el discurso neurótico.

Para mí esa era una manera normal: mi formación manicomial me había dado paradójicamente un permiso hacia la sensatez. En este sentido fue una escuela increíble para lo que después gracias a la guía de Nana pude profundizar, desarrollar y luego transformar en mi profesión: terapeuta gestáltica.

Mis estudios de Jung, que ya llevaban algunos años, me habían guiado a reconocer que la dirección del esfuerzo debía estar orientada a convivir con la dualidad y que la actitud correcta en la formación era la de investigar, a esto le debo valorar la duda como un encuentro con lo indudable. Con Perls y su enfoque gestáltico me ubiqué conscientemente en la experiencia de vivir en un mundo inmenso e infinito, de contradicciones constantes, y así gané confianza.

Con la duda construí puentes y con la confianza reconocí el ser.

Poco más tarde, tuve la bendición de conocer a la doctora Adriana Schnake, Nana, y avanzar así en la práctica real: entraba en la «vida viva», en la sacralidad del aquí y ahora.

Nana me abrió sus brazos con amor, así pude re-unirme y sus seminarios de formación gestáltica fueron la tierra donde formamos a lo largo de ya mas de ... un montón de años , una nueva familia, la de los terapeutas gestálticos. Allí crecimos, aprendimos y reconocimos, fortaleciendo nuestros dones singulares. Mi agradecimiento y amistad inacabable son para mi Nana y este libro en muchas de sus paginas lo testimonia.

Más tarde la vida, me impulso a atravesar otros puentes y el ser fluyó a nuevos bosques y jardines que me esperaban… y mi vínculo con Osho lo guardo en mi corazón.


LA TAREA DEL TERAPEUTA

La curación no es algo que pueda ser localizado en alguna parte y entonces alguien puede indicarnos donde está. No es un objeto, es un significado abierto que cada persona tiene que crear.

Es un proceso que se profundiza en cada tramo de la vida, por lo tanto no está acabado y más la reconocemos por sus resultados que por tener una claridad anticipada acerca de cómo movernos.

Si el movimiento que realizamos trae tranquilidad, inteligencia, serenidad y un respiro renovador entonces hemos tomado el camino de la cura, si agrega confusión o rigidez, es lo contrario.

No podemos conformarnos con el movimiento «relativista» que nos hizo reflexionar acerca del «significado de la cura, la salud y la enfermedad». La salud no es un valor relativo, lo que es relativo es nuestro entendimiento ya que no podemos estar más o menos sanos. De todas maneras es bueno decir que la salud es absoluta y la cura es un proceso.

El relativismo de los conceptos no puede ocupar el lugar de la realidad, sino estaría frenando la confianza en la percepción fresca que tiene la nueva generación de terapeutas y estudiantes de saber, por vivir, que «la cosa está terrible».

La locura está desatada; no sólo hay una globalización de las políticas sino también una globalización de la locura que reclama por su opuesto, la salud.

No estoy haciendo un juicio moral, no podría decir si estamos peor o mejor o si esto es bueno o malo, ya que como dijo Laing: «¿Quiénes somos nosotros para saber lo que es irremediable?», lo que tiene valor es saber cómo tratamos lo que nos toca vivir


Debido a la dinámica natural de la ley de las compensaciones, cuanto más enfermedad, más cura, cuanto más muerte, más vida esperando su momento.

Poner en juego simplemente las enseñanzas que Perls nos dejó es de una ayuda inigualable. Podemos sentirnos cerca de ellas a través de su lograda síntesis dada en la «oración de la gestalt». percibíamos así la fragancia del camino del Enfoque Gestáltico respondiendo a esta invitación.

Sentarse frente a otro; amigo, marido, esposa, hijo... mirarlo a los ojos y decirle gentilmente...

Yo soy yo y vos sos vos
No estoy en este mundo para cumplir
con tus expectativas
No estás en este mundo para cumplir con las mías
Vos sos vos y yo soy yo
Y si nos encontramos es hermoso
Y si no, no hay nada que podamos hacer

Decir esto con conciencia da como resultado la liberación del yo de identificaciones patológicas. Esto es posible sólo si somos pacientes y nos damos el tiempo de que el otro aparezca como persona y a pesar del malentendido y las esperanzas frustradas podamos percibirnos y reconocernos.

A veces me encuentro con críticas a esta oración. Es comprensible si provienen de personas que recién comienzan sus búsquedas, pero si se trata de encumbrados terapeutas o teóricos de la gestalt sólo encuentro en ellos la precariedad de su autoconocimiento.

La sencillez de esta oración y los infinitos mundos que nos permite reconocer en los diferentes momentos de nuestro desarrollo, sólo es comparable a la invitación de un maestro Zen.


Joshu preguntó:

«¿Has estado antes aquí?»

«No, Maestro»; dijo el monje.

Joshu le dijo:

«¡Toma una taza de té!

¡Oh, mi hermano!»

Otro monje llamó y el Maestro dijo otra vez:

«¿Has estado antes aquí?»

«Sí, Maestro»; fue la respuesta.

El Maestro dijo:

«¡Toma una taza de té!

¡Oh, mi hermano!»

Permanentemente la vida esta invitándonos con una taza de té, y a cada momento podemos encontrar la expectativa que nos impide tomarla. Esto es lo que se nos revela en el proceso terapéutico, que puede: llevar años, hilvanarse con los sucesos de la vida o cabalgar en algunos tramos detrás de su sombra sosteniéndonos con algo de luz.


En el despliegue de este proceso podemos despertar una matriz que portamos como humanos y que nos ayuda a desarrollar aquel viaje irremplazable, anunciado en cuanto libro serio de filosofía, psicología, psiquiatría, sociología o poética existió alguna vez.


Ese despertar puede resumirse en la letanía quechua que dice:

Nos vamos para arriba, nos vamos para abajo,
para buscar al hombre.
En la cima de los cielos o en el fondo de los pozos,
es lo mismo si sabemos «ver».
Nos vamos para arriba, nos vamos para abajo,
para buscar al hombre.

Pertenezco a la generación que aprendió a vivir «in situ», con maestros o hermanos mayores. En el viaje por las culturas indígenas, ese lugar lo ocupó Rodolfo Kusch, autor, escritor, filósofo, antropólogo, amante de Jung y del tango; que con ojo agudizado y pasión fundamental en el corazón me condujo a ver desde adentro.

Entiendo, entonces, lo saludable como la posibilidad que tiene cada uno de expresarse y recuperar un presente vital para escuchar la voz interior que trama el destino individual. Aprender a seguir ese eco nos serena, da esperanzas y autoriza a renovarnos.

Clarissa Pinkola Estés, en «Mujeres que corren con los lobos», esa inigualable contribución al estudio del alma de la mujer, señala: «en el saber arquetípico está la idea de que si uno prepara un lugar psíquico especial, el ser, la fuerza del alma, oirá de él, sentirá su camino hacia allí y habitará ese espacio».

En este sentido el lugar psíquico especial que vamos a preparar es el espacio de la curación, por eso la terapia es el exorcismo de algunas heridas curadas, mientras otras nos muestran un camino de apertura hacia una nueva gestalt.

¿Qué es gestalt?

A LOS ESTUDIANTES

Como resulta una pregunta corriente merece una consideración y para aquellos que estamos destinados a responderla necesitamos asumir el esfuerzo especial que supone reunir múltiples elementos y encontrar síntesis cada vez más trasparentes.

Para ponernos a resguardo de la dificultad que esto trae, no me parece gran cosa inventar técnicas y crear nuevas terapias que por afinidad intrínseca podrían estar unidas al conjunto de herramientas existentes; sería más sencillo ponerlas al alcance de todos los terapeutas para que puedan implementarlas, considerando la que le resulte más afín.

Tampoco me parece de ayuda usar elementos de distintas corrientes sin hacer las elaboraciones necesarias para asimilarlos dándoles una forma personal.

Laura Perls, co-fundadora con Fritz Perls de la terapia gestáltica, insistió mucho en la diferencia entre combinar e integrar, ya que como en cualquier expresión de lo vivo, hay siempre «algo de anormal» en los injertos y resulta sustancialmente diferente aquello que se integra con el trabajo de elaboración.


Ella decía: «Para mí ninguna teoría es sagrada. Una teoría es una hipótesis en base a la que podemos trabajar, una herramienta útil que cada uno de nosotros puede emplea r para descubrir y comunicar su enfoque personal. Y en la práctica prefiero hablar de estilos (un estilo es una forma unificada de comunicarse y expresarse).

En términos del conocimiento y práctica gestáltica, lo que incorporamos comienza a formar parte del estilo de trabajo y a su vez muestra una nueva estación en el desarrollo de quienes lo practican».

El terapeuta gestáltico lleva adelante una acción terapéutica no una actividad, no es algo a lo que se dedica es algo que es. Puede resultar más claro si diferenciamos acción de actividad.

Entiendo la acción como la expresión de posibilidades vitales en busca de lo nuevo.

La actividad, en cambio, es un incesante movimiento hacia ningún lugar.

Una acción es el producto de un diálogo que se disfruta al llevarlo a cabo, y cuando termina también se disfruta descansando; en la actividad hay un monólogo que no encuentra un camino de realización: por eso no puede parar.

Al entrar a un manicomio, lo primero que vemos es gente que va desde la reja del edificio hasta la reja principal y desde ahí a la puerta; algunos caminan en zigzag, mientras otros parados, mueven sus manos como si fumaran incansablemente. Si se les quita esa actividad entran en pánico.

En un diálogo íntimo con su tarea, en su acción, el terapeuta gestáltico entra en un romance; en esta proximidad obtiene pautas que le permiten saber que se está moviendo y así se orienta para dejarse llevar por las corrientes, es entonces cuando encuentra una dirección personal.

¿Qué es gestalt y que no lo es? Considero perturbadora y producto de viejos esquemas la interrogación acerca de «qué es esto, y si esto, en realidad, es lo otro»; una manía de la pequeña mente tentada otra vez a juzgar y con obstinados análisis dificulta la tarea de relacionar.

Así como la geometría euclidiana fue superada por los nuevos conceptos en física, algo parecido ocurre con el entendimiento de los fragmentos como juicios. Pensar que dos puntos se unen en una recta implica sostener, todavía, que la tierra es plana. La mera idea de lo lineal es una hipótesis sin sentido.

No existen rectas; empezamos por un punto que, si tenemos el coraje y la paciencia de seguirlo, termina en sí mismo atravesado por sus transformaciones en ese recorrido.

Hace mucho que los mejores de los nuestros se han puesto de acuerdo acerca de la unidad del acontecer.

A manera de ejemplo, los místicos dicen que cada gota de lluvia es un ángel que viene a visitarnos, y los nuevos científicos afirman que el agua tiene memoria. Para explicarlo, recuerdan que si le sacamos una foto a una gota de lluvia en el momento en que rebota en el piso y la ampliamos, lo que podemos ver es que siempre toma la forma de una roseta.


Sabido es que esas formas son un recordatorio de la totalidad, como los vitraux de las iglesias, como los mandalas, las flores, los cuerpos y los ángeles.

Así antiguos místicos y nuevos científicos abandonan sus paraguas y disfrutan hermanados bajo la lluvia.

¿QUÉ ES GESTALT?

Responder a esta pregunta con hondura y satisfacción es entrar en un desafío liberador, ya que lo que determina cada gestalt es un todo entregándose a totalidades cada vez más abarcadoras y encontrándose a sí mismo en cada partícula que lo forma.

Por todo esto una gestalt es el camino que cada uno está haciendo. No es «algo» hecho que requiere un entrenamiento para ser usado. Es el romance de las formas en que cada uno encuentra la totalidad y a su vez entra en una totalidad que lo contiene.

¡¿Y quién puede decir cuándo esto está terminado?!

Aquellos que estarían autorizados para responder, por tener una postura afinada y un «ojo despierto», disfrutan de una actitud cada vez más existencial, basada en la aceptación de que lo que Es. Así afirman su presente, limitándose, sin demasiado escándalo, a mostrar cómo las partes encuentran su camino al reunirse y totalizarse.

Osho dice: «Hay tres aproximaciones a la realidad: una es empírica, de la mente científica que experimenta con el mundo objetivo y a menos que algo pueda ser probado, no lo acepta. Otra es la mente lógica, que no experimenta sino simplemente piensa, argumenta y a través de un esfuerzo mental razona y concluye.

Y hay una tercera aproximación, la metafórica: la de la poesía y la religión.

Estas son tres dimensiones por medio de las cuales uno puede dirigirse a la realidad. La ciencia puede ir más allá del objeto, la experimentación es sólo posible con lo externo.

La filosofía y la lógica pueden ir más allá de lo subjetivo. La ciencia es objetiva y la lógica y la filosofía son subjetivas.

La religión va más allá, la poesía también; son puentes de oro que unen el objeto y el sujeto donde todo se vuelve un caos, todo se mezcla


Quisiera decirlo de otra manera: la ciencia es una búsqueda a pleno día, donde todo es claro y es posible distinguir todo bien. La lógica es una búsqueda nocturna, tropezando en la oscuridad. La poesía y la religión son búsquedas crepusculares; implican una aproximación metafórica, una relación entre dos mundos, el ‘cómo’ significa que estoy tratando de relacionar mi conocimiento de otro mundo con tu conocimiento de éste».


Mi gestalt incluye estas tres aproximaciones: es objetiva, subjetiva y metafórica.

Es objetiva en el sentido de considerar la investigación y su método, la duda, como un camino necesario para apreciar los detalles y aproximarnos a la verdad del diseño de los hechos.

Es subjetiva en el sentido de ubicar el centro de esa indagación en la conciencia de aquel que indaga.

Es metafórica por crear nuevos significados vivenciales que nos permiten trascender el plano con el que iniciamos la indagación.



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