Una articulo de la sección cuerpo publicada en el numero 2 del periódico diagonal el dia 31 de marzo sale el siguiente numero, comunicación horizontal...
ENTRE LA LÓGICA DE LA SEGURIDAD Y LA LÓGICA DEL CUIDADO
Cuerpos, mentiras y cintas de vídeo
PRECARIAS A LA DERIVA*
La lógica de la seguridad imperante que se organiza en torno al miedo, la contención,el control y la gestión del malestar es la forma principal de hacerse cargo de los cuerposen la actualidad.
Este artículo es un primer acercamiento al concepto de cuerpo manejado desde esta lógica securitaria, con el objetivo de ver qué formas de regulación y dominación se están usando y alimentar prácticas que enraícen con el carácter profundamente político del cuidado. Dos ideas se enredan en los mecanismos de regulación de los cuerpos: en primer lugar su hipervisibilidad dentro del régimen securitario y, en segundo lugar, el movimiento pendular que realizan nuestros cuerpos entre la obsesión por el autocuidado y la (auto) explotación.
El régimen de la seguridad es el régimen de la visión. La videovigilancia es un buen ejemplo de ello: un lugar seguro dispone de cámaras de seguridad que, estratégicamente situadas, envían una imagen continua del lugar vigilado, una imagen fija con variaciones a lo largo del tiempo que sólo cobran sentido con la velocidad del rebobinado. Con la imagen que ofrecen los medios de los cuerpos y de la presencia femenina ocurre lo mismo:
nos encontramos con un cuadro fijo, estereotipado, en el que la velocidad de las modas otoño-invierno- primavera-verano nos permite ver la futilidad argumental de actitudes supuestamente transgresoras o feministas (véase el caso nikewomen) y cómo finalmente sólo queda el encuadre fijo y homogéneo, blanco y heteronormativo, dispuesto para el consumo.
En segundo lugar, podemos decir que en las sociedades occidentales hay un creciente interés, así como inversión de tiempo y dinero, por el cuidado de un@ mism@. Si bien este fenómeno se relaciona con los procesos de medicalización de las poblaciones que comenzaron en la segunda mitad del siglo XVIII, ahora ya no es sólo la institución médica la que inspecciona el cuerpo, sino que esta función ha sido interiorizada por cada individuo. Este desplazamiento se ve acompañado de otro dato importante: la obtención de cuidado ha de pasar por el consumo, lejos de cualquier concepción social de la salud y de la enfermedad.
El cuidado, tal como aparece en los medios, es una exigencia por mantener la
presencia. Para estar saludable hay que ir al gimnasio, tomar riboflavinas y recurrir a la medicina privada. Pero simultáneamente recibimos mensajes sobre cómo ganar
al cuerpo, es decir, primero nos hipervitaminamos para después poder echar las horas extras que nos exijan, atravesar la ciudad para recoger a l@s niñ@s del colegio y poder ser la más cool en la fiesta de la empresa.
Liposucciones sociales Si bien el cuerpo lucha, con la ayuda de toda una gama de productos
y especialistas, contra los ‘radicales libres’ que lo envejecen, de igual
forma el cuerpo social tiene que luchar contra esa otra amenaza externa que lo debilita y asusta: el terrorismo. Que el cuerpo pueda envejecer o enfermarse, que el enemigo permanezca oculto y acechante en el centro mismo de lo social, es algo que nadie está dispuesto a tolerar, algo que bien merece tratamientos estéticos, blindado de fronteras y todo tipo de liposucciones sociales (progresivas privatizaciones, carencia de espacios
públicos o el recorte de derechos y libertades). Todo ello para permitir que los cuerpos normalizados puedan continuar su agridulcetránsito por el centro comercial.
No obstante, nos damos cuenta de que los cuerpos son auténticos lugares de resistencia que se enfrentan cotidianamente a distintas
formas de regulación: el cuerpo como presencia uniformada, en la que el uniforme marca la frontera que separa a la empleada doméstica de la familia para la que trabaja; el cuerpo de la prostituta proyectado como exótico y turístico; el cuerpo como cansancio de la enfermera; el cuerpo como voz, como interfaz físico y tangible de la relación cliente- empresa en su lado pretendidamente ‘más humano’ en el caso de la teleoperadora; el cuerpo casi adolescente y necesariamente desenfadado de la camarera de cadena
de comida rápida; el cuerpo expuesto al trabajo 24 horas. Todos ellos son fragmentos, nodos que constituyen identidad siempre cambiante, en continuo aprendizaje y
transformación por la experiencia, por el amor, por la edad, por la vida en definitiva. El cuerpo es presencia, pero no sólo eso, también es vehículo y depósito de toda la información vital. Normalizar el cuerpo puede equivaler a que todas tengamos una talla 36, o lo que es peor: a que todas pensemos y actuemos de manera previsible para el mercado
globalizado. Pero ya sabemos que
las formas de dominación no consisten sólo en el ejercicio de la violencia sino en la producción activa de la sumisión, y con nuestros cuerpazos no estamos para esas estrechuras, ¿verdad?
Cuerpo y capitalismo
El cuerpo que el capitalismo ideó y produjo en sus comienzos era un cuerpo destinado a producir en la fábrica y en el intercambio reproductivo. Así, el cuerpo era una mercancía que funcionaba dentro de una economía restrictiva, tanto en lo que respecta a los fluidos corporales como a los intercambios del mercado. En los albores del colonialismo, la misma economía de regulación energética se encargaba tanto de la conservación del cuerpo como de los estados- nación europeos. Dentro de estas configuraciones del cuerpo y de lo social, la salud se comprendía como una virtud que se cultiva en tanto en cuanto se participaba
en los circuitos de la normalidad.
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